jueves, 26 de septiembre de 2013
Ausencia
Hace tiempo mandé una carta que nunca me fue respondida. En ella planeaba declarar mi amor, pero no lo hice por temor a no recibir respuesta. Y aún así no la obtuve.
En cambio, yo me quedé con todas esas palabras cursis y amorosas atrapadas por debajo de mi piel. Esa piel que lleva meses sin ser vista, esperando una reacción que, al igual que la carta, no llegará.
Siempre hay una primera vez para todo y esta fue la mía: la primera vez que me enamoro de alguien que no me corresponde. Alguna vez tenía que pasarme y me congratulo de la experiencia, porque ahora sé lo que se siente, pero de lo que no me siento afortunada es de mi reacción.
Me anulé por completo como un erróneo acto de amor. En mi confusión, decidí adecuarme al rechazo, a la invisibilidad, porque no supe separar una amistad del legítimo deseo de compartirme con alguien. Y entonces me privé de escribir sobre la jocosa concupiscencia, sobre el amor, sobre mi deseo, sobre mi cuerpo, me privé para no sentir. Me hice invisible para el resto y así lo fui para mí también.
Y ahora que me recuerdo, me doy cuenta de cuánto me he extrañado.
Hoy estoy aquí de nuevo, sacudiéndome la polvadera, que en muchas partes ya se hizo cochambre. Mi cuerpo me lo pide y yo ya no estoy dispuesta a ignorarlo más.
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